domingo, octubre 01, 2006

Rêves cassés

Estoy harto ¡Estoy podrido! de que me digan a todo que no. Estoy hasta más arriba de la coronilla de que cada vez que uno de mis sueños sale inocentemente de mi boca, me golpeen con el "no" de la absoluta imposibilidad, sin siquiera haber reparado en la derrota personal (de ellos, no mía) que significa decir siempre que no a los sueños, independiente de lo que nos digan las probabilidades ¿Acaso uds, señoras hijas de p#ta, no sueñan? ¿No tienen esperanzas? ¿Acaso cuando les preguntaban a los 5 años que querían ser cuando grandes, uds respondían "adulteces" como "quiero ser secretaria en una gran empresa para que mis jefes me humillen, se aprovechen de mi, me hagan propuestas indecentes y todo eso cree la base de mi suicidio prematuro (si es que se le puede decir "prematuro" a morir entradita en arrugas a los 40)", eso respondían? ¿No sería más bien: quiero ser astronauta, médico, arquitecto, princesa?

Fue Gabriela Mistral la primera idiota que nos golpeó con la "innegable" realidad. "Todas íbamos a ser reinas", íbamos, pero no pudimos, no quisimos, no alcanzó la plata, tuve que congelar, me enfermé, me casé, me asaltaron y, la peor, me dijieron que no podía.

Fueron los adultos quienes asentaron las bases para los eternos imposibles y lo más dolorosos y resueltos "no", a veces hasta cuesta creer que alguna vez estos adultos fueron niños con sus propias sueños e ilusiones; cómo se supone que hemos de llegar a algún lado si nadie tiene fe en nosotros y por nosotros. La fe mueve montañas, siempre me dice Javier (bueno, me decía, aún no nos hablamos), y por Zeus que tiene razón, si desde el principio nos hubieran tenido fe habrían más princesas y reinas entre nosotros, no es necesario tener un cetro y una corona de oro en la cabeza para ser de la realeza, sólo basta con poder estar contento con lo que se es y con lo que se tiene, pero como cresta vamos a estar contentos si desde nuestra más tierna infancia nos están truncando los suños y las esperanzas.

Y ya, se acabó, me callo, no tengo nada que decir, que mi imaginación sea esterilizada para así poder convertirme en otra oveja y vivir a gusto entre la familiaridad de la repetición y la estabilidad que el descontento provee.

A N T O I N E

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